jueves, 9 de febrero de 2012

Zona: Eritrea --> Capítulo II

II
-Llegas tarde.- me susurró Nassif al oído cuando llegué a la línea de nuestro grupo con paso apresurado, con arcadas de cansancio y sudor en la frente que me apresuré a limpiarme con el brazo para que no vieran que había salido de la institución para ir a la costa.-Respira o te azotarán de nuevo como la semana pasada.

-Ni que lo digas.- le contesté inhalando y exhalando viendo venir al ingeniero Koffer hacia nosotros con aire suspicaz y el látigo entre sus manos. Si tan sólo fuera ése látigo con el que me hubiera castigado la otra vez, pues no tenía espuelas al final. Me sequé nuevamente el sudor y llegó junto a mí mirando mis sandalias llenas de arena, no había pensado en limpiarlas, pero no lo miré a la cara pensando que podría saber de mi ausencia durante el receso. Sacó el látigo y me azotó los pies con él y reprimí un grito de dolor, podía sentir la sangre emerger de mi piel y la carne abierta, la arena que aún prevalecía entró en la carne y el ardor fue aún más intenso. Otro latigazo y otro.

-Naiara Woolf…


-Ayudé a mi padre ayer en la pesca y no limpié las zapatillas, eso es todo, ingeniero Koffer, olvidé limpiarlas.- me gane otro latigazo por interrumpirlo, pero prefería otros más a ser llevada a la plaza de la reforma a que me dieran unos en vista de todos y con el látigo de puntas de acero y púas.

-Podría pensarse que volviste a ir a la costa a pensar en huir chiquilla.

-No, señor, lo prometo.- y lo miré a los ojos rojos por la reprimenda de no soltar las lágrimas, pero no parpadee y se creyó la historia. Gruño y caminó detrás de mí sin decir ni golpear una vez más. Respiré hondo y miré mis pies, rojos, la sangre en vivo y unas náuseas me llegaron de inmediato. Nassif me apretó el brazo con fuerza para traerme de vuelta y que no me desmayara. Asentí y me soltó. A los pocos minutos comenzamos el camino para avanzar a las clases correspondientes.
 -¿No habrá un día en que te contengas un poco, Naia?

-Lo siento Nassif, pero es mi naturaleza, a mí me gusta…

-¡No digas la palabra! Si alguien la escucha podrías terminar peor que el incidente de la plaza.

-¡No tengo 12 años!- le solté volteándolo a ver mientras nos sentábamos en los pupitres desvencijados de nuestro salón.- ¿Crees que no sé cuál podría ser mi fin si me atrevo a decirles lo que pienso y lo que hago cuando me voy de aquí? ¿Qué pasaría si les dijera en qué creo en verdad?

-Sólo no hagas nada estúpido.- miré sus ojos dorados y le sonreí poniendo un dedo en mis labios y me dejé caer en el pupitre.

No hagas nada estúpido. Creo que llevaba un récord de lograr hacer cosas estúpidas al menos tres o cinco veces al mes para furia y aprensión de mis padres que veían a una hija rebelde que les costaba mucho en medicinas y pagos a la República por negligencia comunitaria dada gratuitamente por mí con cada uno de mis arranques de querer explicar lo que veía, lo que cuestionaba del régimen y el desacuerdo sobre algunas cuestiones, como la existencia de tan pocos libros en un mundo tan grande como aquél, en tal vez un enorme tablero de ajedrez que podría demostrar ser la tierra más amplia de grandes verdades en la historia de la humanidad. No la que nos enseñaban, pero la que rara vez soñaba en mi dormitar.

Sí, caminar y estar de pie eran un martirio y sí, el ingeniero Koffer lo sabía No hagas nada estúpido. El significado de esa advertencia bien intencionada de mi mejor amigo perdió su efecto al momento que el ingeniero me pidió pararme en el tercer periodo para comenzar una nueva lectura del mes enfrente de todos mis compañeros que me miraban con pena, pues al estar parado frente a la clase si te equivocabas en alguna palabra, te trababas con alguna frase o te detenías de más en una coma o punto significaba una bala en la mano con la que estuvieras sosteniendo el libro. Koffer bien sabía que mis pies dolían y ardía, conocía que no mejorarían para mañana ni el día siguiente, así que esta vez sería mi mes de lectura, un mes que acabaría sólo si una bala llegaba a mi mano y otro me relevaba en la acción de lectura en voz alta, algo demasiado común. Pero podía ser que Naira Woolf llevase el récord de azotes y castigos semanales en un año, pero también tenía el récord de nunca haber sido disparada por equivocarme en la lectura, pues en verdad las palabras fluían en mi voz y boca como una suave mantequilla que supiera cómo terminaba cada una de las entonaciones. Pero hoy me ardían los pies y no podía mantenerme de pie mucho tiempo sin sufrir el dolor. Tal vez hoy recibiría una bala.

-Los Insufribles, por Víctor Hugo.

 https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGy3uU_woLzRbpzrMFA_-87soheG4VjN_SwEQ8G5FQsIy6sVZV5GGznkY0eS8vcr0yL8Tuhf_fg355-GiYPNuFVFtDtKPYbbZ6yACNKX2XnIsTgPH7x03oMc3SQNV_o2fLhDjqc_XZVQ1H/s1600/l%C3%A1tigo-snake-whip2.jpg

3 comentarios:

  1. cambio la historia, esta buena, esta buena

    ResponderEliminar
  2. Querida Naiara... ¿pues qué te digo? ya lo sabes ¿no?, seguramente esas palabras resuenan en tu mente como campanadas y es igual de seguro que vallas a ignorarlas como si no fuera más que el viento lo que escuchas, un consejo nadamas. No hagas nada estúpido.
    :)

    ResponderEliminar
  3. Ese es un buen consejo que tendré que tiendo a ignorar, Cora...espera el siguiente capítulo que esto papenas va empezando.

    BlackDroid, gracias por leer mi historia, difúndanla, quiero muchos conozcan por todo lo que pasé.

    ResponderEliminar